lunes, 5 de noviembre de 2012

Visita al hotel Barceló la Bobadilla 5*GL

Saturnino nos muestra algunas de las habitaciones

El Director del Hotel Barceló la Bobadilla nos da la bienvenida


Crónica por PAREJA AGUADO, Antonio (alumno de Dirección en Cocina):

Habíamos salido del instituto hacía más de una hora, parando en Riofrio para desayunar.
Los viajes en autobús se me hacen insoportables, aunque trato de absorber la belleza del paisaje y embelesarme con él; pero aquel día no hubo suerte (más olivos, y más carretera).
Sin embargo, mi irritable asiento empezó a hacerme sentir más cómodo cuando, no muy lejos, divisé un "pueblo" de fachadas blancas. Parecía acogedor.
A medida que avanzábamos y nos dijeron que "ya estábamos llegando", por fin dejé de impacientarme, ya que me di cuenta de que probablemente en aquel pueblecito pequeño estaría el hotel que habíamos ido a visitar: el Bobadilla (Barceló), de Granada.
Mi sorpresa llegó cuando vi que no había pueblo, una falacia de la vista, o de la costumbre, más bien: lo que yo había ideado como un diminuto pueblo era, en realidad, un enorme hotel.
Aunque lo más sorprendente no fue la vista desde fuera, sino cuando ya nos encontrábamos dentro de sus límites (aún viéndolo desde fuera, pero ya más cerca).
No creo que nadie me lleve la contraria cuando digo que las instalaciones eran de lujo. Pero no era un lujo "intocable", como nos resultan algunas personas el entrar en la casa de un rico cuyos adornos son todos de cristal y las lámparas de joyas. No; el lujo que se palpaba allí se debía a la cortesía y amabilidad con que se nos dirigían los trabajadores del hotel, además de un mobiliario muy casero, cómodo y una estética sencilla y casi pueblerina.
Desde sus amplias habitaciones, la vista alcanza a ver la naturaleza rural del entorno, con cientos de olivos alrededor, ya no monótonos como los que se hallaban a los lados de la carretera, sino que se extendían en un amplio terreno cuyo final era lejano, dejando respirar ese perfume natural que desprendían los árboles.
Pero a pesar de esta sencillez y comodidad, las habitaciones gozaban de toda clase de accesorios, como podían ser grandes baños, e incluso chimeneas o jacuzzi.
Las salas de comedor, cuidadosamente decoradas según la zona, daban la sensación de cobijo que todos buscamos en una casa de campo, pero con todas las atenciones recibidas.
Diferentes salas, unas para el desayuno (donde el surtido era muy vistoso), y otras para el almuerzo y la cena (momento en el cual, según nos dijeron, hacían "Show Cooking"), eran nuestro centro de atención.
Aunque por desgracia no pudimos ver el resto de las instalaciones, la variedad de utensilios de cocina y maquinaria no mermó con mi atención en ningún momento.
Y por supuesto, el exterior colindante estaba rodeado de amplios patios/jardines donde, aunque no los días de lluvia, supongo que podía disfrutarse de un buen rato de relax.
La tranquilidad estaba en todas partes y la elegancia era su séquito. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario